El gran viejo
“El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”
Cuando
Ernesto Sábato falleció sentí una desazón muy grande. La más grande que he
sentido por una persona que nunca tuve la oportunidad de conocer. Esa sensación
de derrumbe que se produjo en alguna parte de mí la he relacionado siempre con
el cariño que solo puede sentirse por aquellos que han dejado un legado. Hay
una combinación de tiempo y contexto personal, de causa y efecto que hacen de
nosotros, ávidos receptores, seres totalmente moldeables. Yo siento que las
ideas del maestro han calado profundo en mí hasta formarme. Por eso la desazón.
El ser humano es un ser sufrido por
naturaleza. Padecerá sinsabores. Atravesará sufrimientos. Se sentirá roto. El
amor, la muerte, la soledad, la nostalgia por lo perdido, el desencuentro con
los otros, el desajuste con el mundo que lo rodea, la malaria, el infortunio,
la tristeza de los afectos, los interrogantes sin respuestas, la efímera
felicidad… la literatura está ahí para ayudarnos a soportar el peso. Debe ser
reveladora. Debe sondear las profundidades del espíritu humano. Debe
ensuciarse. Debe hastiarse de desasosiego. Esa será su luz y su esencia. Y con
ella el lector podrá escudarse si le es servido.
Cuando tuve la oportunidad de ir a la casa
museo de Ernesto Sábato me llamó poderosamente la atención la magnitud del
espíritu sabatino (permítanme el calificativo) el frente de lo que fue su casa
tiene un jardín descuidado. Está plagado de árboles frondosos. Las hojas que
caen inundan el piso. No existe un resquicio por donde pueda pasar el sol. Hay
ramas aquí y allá. El otoño parece ocupar un espacio en forma constante en ese
jardín (¿?) Luego su nieta nos explicaría que una de las condiciones del
maestro, por supuesto respetada por los suyos, fue que lo mantengan de esa
manera ya que representaba fielmente su pensamiento y su espíritu insoslayable.
Las verdades bien alimentadas se adueñan del hombre, crecen en él hasta
desbordar su envase contenedor y es allí, cuando ansiosas de liberación, buscan
manifestarse y tratan de cobrar un cuerpo propio e independiente. Serán
literatura, se plasmarán en un lienzo o inundarán un jardín con hojas y ramas
quitándole toda posibilidad al sol de penetrar en su oscuridad.
En mi Juventud me sentí tristemente
identificado con sus personajes. Encontré, sobre todo en Martín, una desdicha
naturalizada, muy violenta e irremediable. Los pesares del hombre se parecen,
empatizan fácilmente. Es allí donde la lectura cobra forma, se personifica para
poder acompañarnos. Nos toma de la mano y nos evita la soledad. Se reparte la
desdicha y nos grita al oído que tenemos razón pero que debemos seguir. Lejos
de amedrentar al lector la literatura del maestro crea sustento en los abismos
más insondables del ser humano para poder resurgir.
No estoy de acuerdo con quienes sostienen que
su literatura está destinada a adolescentes (y de ser así, noble fin este.
Quién carga con mayores pesares en la vida. Su tutoría literaria debería
tranquilizarnos) Hay quienes dicen que su angustia era solo una pose. No lo
creo. Bastaba escuchar al gran viejo para entender que era un hombre con
convicciones firmes, que creía firmemente en lo que decía. Lo han defenestrado
por la reunión que mantuvo con Videla. Se equivocó. Se ha disculpado por ello.
No ha sido su decisión más acertada. Es evidente. Pero convertirlo en cómplice
de los militares suena absurdo por completo. Quién podía saber en ese entonces lo
que se estaba gestando en el país. Nadie imaginaba la monstruosidad y el
terrorismo que los días futuros tenían guardado para nuestra nación.
Hace unos días se cumplieron ciento ocho años
de su nacimiento y quise escribir algo acerca de Ernesto Sábato. El afecto que
le guardo me hizo poner el despertador una hora antes para poder sentarme
frente a mi computadora y escribir todo esto. Se ve que los afectos también nos
sobrepasan hasta tener la necesidad de soltarlos. Aunque más no sea un simple
escrito que albergue un agradecimiento eterno por el sostén recibido.
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