Los días maradoneanos
Ha vuelto. Es un atisbo de lo que en otro tiempo fue. Las “e” alargadas deforman su discurso. Lo vuelven ininteligible. Apenas si puede caminar. Las rodillas rotas. El verborrágico dios humano que la diosa azteca dio vida un veintidós de julio levanta las manos. Una multitud corea su nombre. Una bandera enorme lleva su imagen. Está colgada en una de las populares del Kempes. Fuegos artificiales iluminan la noche. Diego Armando Maradona está de regreso. Encumbrado en un olimpo populista donde los dioses son de barro y no son ejemplo de nada. Veintidós años después está de vuelta, ahora como director técnico de un modesto equipo de primera división del fútbol argentino. Gimnasia y esgrima de la plata. El amor que muchos le profesan parece no fundamentarse con sus actos, tan desmedidos en ocasiones; con sus exabruptos, tan a la orden del día. El Diegote. Esa caricatura de aquel otro Maradona que deslumbraba con sus amagues y su picaresca futbolera para derrotar al más f