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Mostrando entradas de 2018

Un cuento de Poe

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  Si fuésemos conscientes del poder que ejercemos con nuestras palabras seguramente mediríamos mucho más lo que decimos. En nuestro afán por expresar fielmente nuestras ideas más profundas podemos llevar de las narices a algún desprevenido que hace equilibrio en la difusa realidad para entrever en nuestros comentarios un sitio mucho más concreto que el que les proporciona su imaginario enfermo. Alguna vez, en los años de mi preparatoria, pasó por mis manos un ensayo filosófico cuyo autor no sostuve, que afirmaba que nadie debía sorprenderse si un lector de Nietzsche, ganándose el protagonismo de alguna crónica policial, hacía volar un puente por los aires al sentirse disconforme con el mundo que lo rodeaba. Nunca había tomado dimensión de esa idea hasta cuando luego de concretar mi proyecto anual en el colegio en el que trabajo pude vislumbrar el cambio de espíritu que uno de mis alumnos había sufrido luego de ver una obra de teatro y concretar algunas lecturas. Como todos los a

En primera persona

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      Usted me hace hablar porque le sobra conciencia y le hace falta agallas mi querido amigo   y si me permito esta licencia es simplemente porque tratándolo de usted, cuestión que a su gusto se impuso, me permito esta cercanía que facilita el calificativo que hago mío y que uso a sabiendas de lo que cada uno de nosotros es… pero me pregunto antes de darme a entender en mi rubicundo desdén qué pueden ser dos almas gemelas, más que amigas; dos almas que conocen la rugosidad de su corteza y la del otro como si fuera la propia; qué pueden ser dos almas que se complementan en su existencia, más que amigas. Me permito esta licencia, como le dije, intuyendo lo incrédulo que ha podido quedar luego de comenzar a vislumbrar este horizonte de palabras que traen una idea inesperada como un sol negro que amenaza oscurecer definitivamente su tranquilo andar de las horas que conforman su monótono día.   Contra todo lo que pueda imaginar, estoy entero. Créame… no tengo por qué ment

A la tarde hablamos

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  Estela se acercará como tantas otras veces hasta el campito donde Ezequiel pasa las horas de todas las tardes, aunque en aquella (tesoro que el futuro guarda celoso y fatídico) lo hará con un paso discontinuo y acelerado. Sin los adornos que la divierten cuando el tiempo no acomete: no evitará las juntas de las baldosas de las veredas al caminar ni las contará en números pares, dos, cuatro, seis, ocho… no esa tarde.   Ezequiel atenderá el juego como cada tarde   en donde el fútbol y sus amigos lo son todo. Se correrá del centro, un tanto hacia atrás para buscar la pelota y cruzará la mitad de la cancha que él mismo marcara cuando la canchita aún era baldío. Buscará algún compañero bien posicionado y tratará de ubicar la pelota con precisión bochinesca entre las piernas que se interpongan entre él y su objetivo. Ese será su mayor divertimento. Que el resto buscara las felicidades más usuales tras los límites de un arco señalado con dos medios ladrillos de mampostería. S

¿La lectura pasatiempo placentero?

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  No hace mucho leí una nota acerca de la lectura y la escritura. En ella se dejaba entrever los placeres que proporciona la lectura y la inmensa lucha que implica el escribir, algo así como sumergirse en el propio fango para dejar al descubierto mucho de lo que callaríamos bajo otro formato que no sea el ficcional. No sería capaz de refutar plenamente estas ideas por el sencillo hecho que en parte las comparto pero sin embargo descubro una sacralización de la lectura que quisiera poner en duda.   Aceptarse resulta una de las cuestiones más difíciles que cualquier persona debe asumir en algún momento y dicha aceptación salvo en contadas ocasiones (generalmente desequilibrados, depresivos insalvables o anarquistas) nunca termina de ser completa. Bajo este contexto social omitido, el de la no aceptación, la literatura aparece como un espejo de cristal difuso en el que uno puede reflejar de sí mismo mucho de lo que en su hábitat social no puede mostrar ya que las convenciones estimul

Siete y cinco

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  Que la literatura hace mella en las almas sensibles él ya lo sabía desde que por sus manos había pasado por primera vez una novela de Dostoievsky aunque aquella vez lo pudo hacer carne de su carne. Tal vez hubiese preferido no descubrirlo pero las cosas a veces las hila una mano tendenciosa y muy poco original que hace que en las historias tengamos un rol poco protagónico allí donde el destino se empeña en mostrarnos nuestra insignificancia. Facundo era docente de literatura en una escuela secundaria. Trabajaba desde hacía veinte años en la docencia y pese a su lucha por impedir las repeticiones temporales y costumbristas con las cuales no quería emparentarse no había podido evitar la rutina diaria de cada jornada. Facundo se levantaba a las seis de la mañana y desayunaba una veintena de mates dulces. Salía de su casa a las siete de la mañana todos los días y todos los días caminaba las calles que lo separaban del colegio de siempre. Siete y cinco cruzaba la ruta y se internaba e