El loco que lee
Si me pongo a escribir ahora, después de tantos días es solo por ganar objetividad. El paso del tiempo centra las cosas, las pone en su lugar y yo no quiero exagerar ni un ápice todo lo que me pasó aquel miércoles ocho de mayo cuando en medio del salón de clases y frente a la atenta mirada de una treintena de alumnos sucedió lo que estoy dispuesto, ahora sí, a contar. La verdad es que no quiero desilusionar a nadie con este relato. Seguramente no será mejor que otros que hayan ya leído. Pero mi intención no es encandilar a nadie con los juegos de artificios con el que toda historia que pretenda ser literaria debe estar revestida. Sino liberarme de un peso que me oprime el pecho. Poder soltar toda esa calada maraña de sensaciones espantosas que me provocan un miedo irracional y que me impiden entrar, no sin una gran sugestión, a ese salón de segundo año b. Debo aclarar, para no provocar malas interpretaciones, que yo no busqué nada. Simplemente hice lo que hago todos los años cada v