El conejo blanco de la literatura (opinión)


 Los griegos lo llamaban Melikraton, los mayas la llamaban balché y creían en sus propiedades mágicas. Según el relato mítico nórdico Fjalar y galar, dos enanos, engañaron a Kvasir, un hombre hecho con la esencia de todos los dioses, lo mataron y usaron su sangre para fabricar un hidromiel único que proporcionaba el don de la sabiduría, la inteligencia y la belleza poética. Suttung, hijo de unos gigantes que los enanos habían matado, los capturó y les perdonó la vida a cambio de su hidromiel dejándolo en el interior de una montaña al cuidado de su hija. Los cuervos de Odín, Hugin y Munin, le dieron aviso al Dios que después de engañar con falsas promesas a la hija del gigante Suttung, bebió el hidromiel de golpe y escapó convertido en águila. Perseguido por el gigante Suttung que también había adoptado la imagen del águila soltó una pequeña dosis de hidromiel que se desparramó sobre la humanidad, antes de llegar a Asgard.

 La belleza en todas sus formas es innata al hombre, el hombre la trae consigo desde su origen, así carga con la razón, con la sensibilidad sentimental o con la maldad. Todos son atributos suyos. Algunos se potencian más que otros conformando el carácter y el espíritu. Aquel que pueda hacerse del lente de la belleza podrá ver con otros ojos la realidad que lo circunda, podrá percibir de otra manera el espacio que lo rodea, podrá recrear el tiempo que lo transita y formar así un tiempo paralelo totalmente distinto al que la mayoría percibe. La literatura es una muestra cabal de ese tiempo y de ese espacio que el hombre adquiere al adquirir la percepción mágica que otorga el lente de la belleza. Esa realidad mágica resulta suprema y sin embargo se nos presenta como una débil muestra, como un resabio de algo mucho más grande que adquiere dimensiones mucho más concretas solo en la aceptación de la naturaleza como creación divina. Como en el relato mítico de Odín, la sabiduría poética es el medio para alcanzar la verdad, una verdad que percibimos como a través de una puerta entornada. Cruzar el umbral es el anhelo de quien ha visto las huellas que ha dejado en el camino la verdad absoluta.

La palabra redime, vive, se moldea, se transforma, adquiere significado todo el tiempo pero solo en su máxima expresión permite la apertura a otra dimensión, una dimensión mucho más real que la que caminamos y respiramos todos los días. La literatura es el conejo blanco que propone en su película las hermanas Wachowski. El conejo blanco que permitirá escapar al hombre de la matriz que lo contiene. Solo hay que seguirlo.

Alguna vez Alejandra Pizarnik escribió “Han venido. Invaden la sangre. Huelen a plumas, a carencia, a llanto. Pero tú alimentas al miedo y a la soledad como a dos animales pequeños perdidos en el desierto” y yo no puedo dejar de imaginármela solitaria, bajo la tenue luz de una lámpara, escuchando cry baby de Janis Joplin, repitiendo los versos de su adoración mientras el miedo y la soledad le golpean la puerta para apoderarse de su alma, mientras Alejandra abre el pequeño frasco de pastillas…

Existen distintas realidades. Prefiero la que deja huella, la que nunca se termina de alcanzar, la que pretendo persiguiendo al conejo de la matrix, la que vislumbro de lejos tras una puerta entornada. La misma que pretendían alcanzar los mayas con su hidromiel a base de cortezas del árbol balché o la que se disputaban los dioses en el Asgard.

 

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