La revelación
“En el principio era el verbo..."
San Juan Bautista.
San Juan Bautista.
Unos días antes
de decidirme por Capilla del monte, escribí una reflexión acerca de los libros
y el camino que toman hasta llegar a uno y expliqué lo que consideré en su
momento, una situación anecdótica para nada llamativa. Un vendedor al que
decidí llamar Juan (nunca supe su nombre pero tenía cara de Juan) se había
acercado mientras andaba en la búsqueda de alguna novela de Federico Jeanmaire.
Él acomodaba algunos libros cerca mío. Fue él quien puso en mis manos, luego de
cruzar algunas opiniones literarias, el libro de Luciano Lamberti. Pocas veces
me ha ocurrido leer una novela de un tirón. Con “la maestra rural” de Lamberti
me pasó. Lo atribuí a la intriga y a la capacidad narrativa del autor. Ahora
soy capaz de unir las piezas y entender que Juan fue quien puso en mis manos un
libro guía con aires de novela atrapante.
Capilla del
monte. Córdoba y Lamberti. Borges y Kafka. Pisar en los lugares correctos. De
eso se trata. La imposibilidad reside casi siempre en la multiplicidad de
caminos y en no saber. Por eso la revelación resulta todo un privilegio o un
castigo. Atar cabos. Aprender a distinguir ese hilo conductor que nos conecta
con la verdad. Está ahí. Siempre. Solo que no la vemos…
Diré que fui
unos días a Capilla del monte. Diré también que Capilla nunca fue una opción
antes de “la maestra rural” Diré que Juan puso en mis manos a Lamberti y que
Luciano Lamberti es cordobés. Diré que Juan nunca fue vendedor de libros. Que
si estuvo allí fue para provocar mis futuras acciones. Yo había sido elegido y
debía ver. Ahora lo entiendo y no siento la dicha.
Suena el
teléfono. Atiendo. La voz de Juan me dice que no me asuste, que no corte, que
no hay nada de qué asustarse. Le pregunto cuánto falta y él me responde que
poco. Pregunto qué pasará con mi hija y con mi mujer. Él ríe. No termino de
entender por eso Juan ríe y yo lo escucho. Lejos estoy de enojarme. Tengo
miedo. Juan corta. Me pregunto qué hubiese pasado si la primera noche le hacía
caso a mi mujer. Es absurda mi pregunta. Lo admito ni bien lo pienso. Nada
hubiera cambiado. Todo hubiese llegado, de igual forma, por otras vías.
Es de noche.
Estoy cansado pero contento. Recorrimos el centro de Capilla, la techada y la plaza,
caminamos hasta el dique, cruzamos la sierra y pasamos la tarde en “el paraíso”
tomando mate y comiendo pastelitos de membrillo. Ahora es de noche. Mi mujer
señala una pizzería que ofrece pizza casera cerca de la techada. Yo elijo un
local que está justo enfrente. “Kafka café” dice el cartel. La cara de Franz
Kafka a un costado. Dentro hay una luz tenue. El lugar no parece pertenecer a
ese contexto de negocios iluminados y sonoros. Como si estuviese fuera del
tiempo. Le pido a mi mujer que vayamos ahí. Mi mujer me dice que sí. Nos
sentamos y pedimos la carta. Mi hija y mi mujer ríen. También están contentas.
El lugar me parece fascinante. Todo allí dentro está relacionado con Kafka y
también con Borges. Hay cuadros, reseñas con datos de la vida del autor,
fragmentos de su obra… me acercó a la pared opuesta donde hay un sinfín de
pequeños cuadros con frases del autor. Una por sobre el resto me conmueve. Dice
“lo importante es convertir la pasión en carácter” Mi hija y yo la hemos
repetido hasta recordarla. Nos pareció maravillosa.
Río a
carcajadas como un loco en la soledad de mi casa. Ayer discutí con mi mujer.
Fue una discusión forzada. La insulté. Le dije que se vaya. Amenacé con
golpearla. Llorando agarró sus cosas y se fue con mi hija a lo de mis suegros.
Córdoba.
Capilla del monte. El cerro Uritorco… cuando uno llega a Capilla lo primero que
observa es un gran cartel de bienvenida sostenido por un alienígena de los que
llaman “grises” de grandes ojos acuosos negros, sin pupilas. Luciano Lamberti
en su novela hace mención a un ser sobrenatural con tentáculos que le brotan de
la espalda en tierras cordobesas. Un ser divino que permite alcanzar la verdad
a los elegidos. Hace mención a la palabra, a la poesía como expresión excelsa
de la lengua, habla de la locura y de un orden superior alcanzable.
La última noche
volvimos al café Kafka. En una mesa de vidrio pude leer algunos datos que ya
conocía. Leí que sus padres eran judíos, que escribió novelas como el proceso,
el castillo o la metamorfosis y un sinfín de relatos cortos. Leí que una
tuberculosis lo llevó a la muerte cerca de los cuarenta años y que el término kafkiano se utiliza para describir
situaciones insólitas por lo absurdas y angustiosas.
Cuando volví a
Buenos Aires sentí la necesidad de escribir una reseña del libro de Lamberti y
allí mencioné a Borges y su cuento “el libro de arena” Escribí acerca de Ángela
Gólnik, la loca de la novela de Lamberti que escribía poemas enloquecedores. La
palabra. La poesía. Borges y Lamberti. Córdoba, Capilla del monte, la locura y
la verdad.
Hace unos días
atrás volví a la librería donde Juan me ofreció “la maestra rural” y compré los
cuentos completos de Kafka. Antes de irme pregunté por Juan. Aunque no sabía su
nombre lo describí lo mejor que pude. Mediana estatura, flaco, pelo lacio,
barba, bigote... me dijeron que no y me señalaron hacia los pasillos de la
biblioteca “ellos son nuestros únicos vendedores” Vi una joven de rulos
acomodando unos libros y un señor calvo acompañando a una señora. Ambos tenían
su credencial que los identificaba. Dije que no importaba y me fui. Cuando
llegué a casa leí el cuento cuyo título me llamó más la atención “el sueño”.
Había aprendido con los años, y después de varias lecturas, que en los sueños
existe un alto grado de verdad simbólica y tal vez motivado por esa idea
comencé a leer. Cuando terminé de leerlo entendí y fue allí cuando sonó el
teléfono por primera vez.
“En el principio era el verbo y el verbo era con Dios
y el verbo era Dios” dijo la voz de Juan. Me quedé en silencio mientras pensaba
en un loco aburrido “ya es hora” dijo luego. Le pregunté quién era aunque ya
sabía y qué quería pero Juan solo se limitó a repetir lo mismo que había dicho antes
“ya es hora” dijo otra vez y luego cortó.
Algunos estudiosos
dicen que los relatos de Kafka hay que entenderlos dentro de un misticismo
religioso y simbólico. Coincido. Kafka no solo ha escrito historias. Nos ha
mostrado el camino a través de sus relatos. Quien pueda y deba podrá ver…
“El sueño” se
refiere a un hombre, Josef K. y su sueño. En él K. sale a pasear. Es un hermoso
día de sol aunque de un momento a otro todo cambia. Imprevistamente K. se ve en
un cementerio con dos caminos entrecruzados. K. elige uno y llega hasta un
túmulo de tierra donde dos hombres sostienen una lápida. Al verlo la arrojan a
su lado y un tercer hombre, un artista según el entendimiento de K. se acerca y
escribe con un lápiz “Aquí descansa…” las letras son doradas, de una belleza
inaudita. El artista no se atreve a continuar la frase. K. finalmente entiende
y llora largamente. El artista escribe la letra “J” y se detiene. Conmovido K.
por la indecisión del artista y su suerte se tapa su cara con sus manos. Luego
comienza a escarbar en la tierra hasta dar con su propia fosa. Mientras K.
encuentra su lugar en la inmensa profundidad de su propio sepulcro el artista
concluye la frase “Aquí descansa Josef K.” El cuento finaliza cuando fascinado
por la visión Josef K. despierta.
Kafka nunca
quiso relatar una historia de ensueño fantástica sino la simbólica búsqueda de
la verdad, los interrogantes eternos que el hombre no puede responder y que él
conocía. El camino ya transitado y hartamente conocido por el artista. El
cuento de Kafka tal vez sea la puerta de entrada hacia la revelación. Pronto a
saberlo estoy. Recuerdo que Borges en el cuento “El zahir” habla de un Dios
inescrutable pero al que sin embargo se puede acceder a través de la palabra, a
través de la repetición de ciertas formulas. Josef K. en el sueño no tiene
opción, él ha sido elegido y lo acepta sepultándose mientras llora
vehementemente. Josef K. es sin dudas Franz Kafka. Borges es Borges en el zahir
y muestra el camino hacia la verdad. Juan es Juan y dijo que en el principio
era el verbo y el verbo era con Dios… me lo dijo a mí al teléfono para que
terminara de creer lo que ya había entendido. Por eso pregunté cuánto faltaba y
él me contesto que ya era hora. Yo he transitado el camino de la revelación y
entiendo (ahora lo entiendo) que no todos los caminos son iguales. La maestra
rural. Capilla del monte. El Dios de la revelación de Lamberti con toda su
monstruosidad a cuestas, con sus tentáculos brotándole de la espalda,
alimentando al ser elegido, Ángela Gólnik, para que pueda realizar una obra
poética inhumana. El café Kafka fuera de tiempo. La necesidad de volver a él
como si fuese un lugar. El sueño de Kafka. Borges. La falsa ceguera de Tiresías
que paradójicamente ve (Borges, ese múltiple hombre con aires de brujo) El
libro de arena (¿El libro de Ángela Gólnik?) El zahir. Las obras completas de
Kafka. Juan al teléfono diciéndome que ya es hora…
Siento fuertes
golpes en la puerta de mi casa. Vienen por mí. Mañana me creerán muerto cuando
me encuentren tirado en una habitación. Hablarán de mi suicidio pero nunca
podrán saber la verdad. Ese no seré yo. Yo ya no estaré aquí…
Vienen por mí pero ya no siento miedo. Solo ansiedad
de poder ver.
Tremendo Caronte. La incertidumbre kafkiana en su pluma
ResponderEliminarGracias Salustio! Luciano Lamberti y «la maestra rural» anote. Gran novela!
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