Alaska
Las gaitas suenan. Butch le dice a Phillipe que vaya al auto o se quede, que él ya tiene edad como para tomar decisiones. La señora Lottie y el pequeño Claveland comienzan a rezar y Butch les encinta la boca para no escucharlos.
Mack golpeó dos
veces a Cleveland. No quiere que se acerque al ladrón y al niño fantasma. Sus
golpes han sido duros por eso Butch se ha detenido. Algo se debate en él. Algo
que tiene que ver con su pasado pero también con sus convicciones. Por eso
vuelve sobre sus pasos y por primera vez saca su arma. Golpea a Mack en la
cara. Lo empuja. Lo toma por su cuello con una mano mientras que con la otra
apunta a su cabeza. Le pregunta si se cree muy valiente pegándole a un niño.
Butch parece haber tomado una decisión. Le pide a Phillipe que vaya a buscar la
cuerda al auto. El pequeño Gasparín con lágrimas en los ojos está a segundos de
herir a Butch gravemente. Lo quiere. Se ha convertido en un padre para él. Le
ha concedido los deseos que una educación familiar muy estricta y religiosa le
ha vedado. Le ha comprado ese disfraz de fantasma que tanto ha querido incluso.
Pero no quiere dejar que Butch mate a ese hombre ni que le haga daño a la
señora Lottie y a su amigo Claveland. Por eso mientras Butch los ata él le ha
quitado el arma. Se ha convertido en un verdadero fantasma. Nadie lo ha visto
acercarse y hurtarle al ladrón su revólver. Cuando Butch tantee con su mano
derecha detrás suyo su arma no estará y cuando gire se encontrará con los ojos
convulsionados de Philipe que con ambas manos le estará apuntando. El disco
cesa y las gaitas dejan de escucharse. Todo al mismo tiempo para dar lugar al
inesperado disparo del pequeño fantasma.
Si existe una película capaz de alterar mis
emociones esa es “Un mundo perfecto”. Se combinan en ella una serie de
elementos que activan mis lagrimales con una certeza implacable. No importa
cuántas veces vea la película ni la edad con la cual me siente a verla. Con
seguridad la historia me desbordará y en algún momento tendré que salir a tomar
aire o detener la película para buscar pañuelos descartables. Esa es la magia
indiscutible de Clint Eastwood. Pero no es mi intención hablar del director de
“Gran Torino” o “Los puentes de Madison”. A decir verdad no tengo certeza
alguna que me permita afirmar el por qué me he decidido a profanar esta
historia. Tal vez haya algún resabio de búsqueda dignificante que me permita
una pose un tanto más estoica. O una experimentación narrativa que por la
experimentación misma me conceda esta posibilidad. O el ansía bestial y el
férreo deseo de apropiarme de una gema que parece haber abierto la carne y que
paradójicamente no quiero dejar de sentir pese al dolor que provoca. No sé.
Aquí estoy frente a la computadora escribiendo de a ratos y volviendo a ver las
consecuencias del momento que inicia este relato.
Ahí está Butch jugando al policía y ladrón con
los oficiales bajo ese frondoso árbol, una sombra casa que los alberga y los
funde en un abrazo pleno. Si ambos pudiesen vivir bajo esa sombra. Si todos los
oficiales pegaran la vuelta y los dejaran correr hasta Alaska y concretar el
sueño de Butch que hurga en sus bolsillos hasta encontrar el lugar que su padre
ha elegido cambiar por el hijo que tanto tiempo atrás ha abandonado “Sin
rencores” tratará de pensar Butch pero no podrá. Por eso trata de explicárselo
al niño. Le dice con sus pocas fuerzas que él sabe cómo se siente. Phillipe le
pide disculpas por lo del disparo y él le dice que está contento que él y no
otro haya sido el que le disparó. Phillipe se calza su máscara de fantasma e
inicia el camino hacia los patrulleros para decir por consejo de Butch “Dulce o
travesura” como si en esa frase quedase eterna una venganza implícita que lo
salvara de la muerte. Pero algo ocurre. La madre de Phillipe está pidiendo que
vaya con ella pero el niño se detiene. Queda a mitad de camino entre su madre y
ese padre ladrón imprevisto que comienza una huida absurda. El niño da la
espalda a su madre y corre tras el hombre que ha herido. Vuelve a su lado y se
toma a su cuello como si de su vida agonizante dependiera toda su felicidad.
Las miradas se tornan incrédulas. Butch toma la mano de Phillipe y comienzan a
caminar sobre sus pasos. La sangre le moja parte de su remera y de su pantalón.
Tiene la intención de llevarlo con su madre y entregarse. El jefe Red Garnett,
Clint Eastwood, pide que nadie haga ningún movimiento a menos que él dé la
orden y comienza a cortar la distancia que lo separa del pequeño fantasma y el
ladrón fugitivo. Cuando está a su lado le pide que arroje el arma y él le
confiesa que está desarmado, que el pequeño Phillipe se ha desprendido del
arma. Pero Hendricks, el capitán del FBI que está junto al oficial Terrance, el
francotirador que han contratado y que ansía más que nada en el mundo hacer “su
trabajo” están muy lejos para escucharlos. Butch le pide al jefe que le permita
hablar un segundo con su amigo. Red Garnett le dice que sí, así que Butch se
inclina como puede y trata de buscar una vez más la foto de Alaska que guarda
en el bolsillo trasero de su pantalón. Hendricks y Terrance advierten el
movimiento y entienden que va a sacar su arma. Y todo se termina.
Los tembladerales de mi boca se acentúan con
fuerza. El ceño se frunce. Si no hago algo en este instante mi plan de profanar
está historia para edificar alguna dignidad frente a este filme o experimentar
algún que otro camino alternativo se volverá inútil. Por eso pauso la película
y vuelvo al punto en dónde Butch apaga la radio que Mack está escuchando. Le
dobla la navaja con la que se está cortando las uñas y le dice que si se le
ocurre hacer algo fuera de lugar lo va a matar. Butch miente pero Mack no lo
sabe. Suena creíble. Le dice que Phillipe y él se van. Butch vuelve hasta donde
están la señora Lottie y el pequeño Clave. En cuestión de segundos todo se
habrá desmadrado. Butch ya ha tomado a la bestia por su cuello y amenaza
matarlo. Gasparín, el niño fantasma le ha quitado el arma a Butch. Le ha
disparado. No ha querido hacerlo pero él no podía saber que todo era una puesta
en escena de Butch (¿Lo era?). Phillipe sale corriendo y deja caer el arma
junto al Chevrolet Bel Air en el que habían emprendido la huida. Butch sale,
toma el arma y sube al auto. Ve a lo lejos al niño correr campo adentro hasta
un frondoso árbol. Butch acelera. Cruza la cerca. El pequeño Phillipe trepa al
árbol y desde allí lo observa. Butch detiene el auto y le pide que baje, que no
tema, que no le hará daño. Gasparín se disculpa. Le dice que no quería
lastimarlo. Butch ríe. Sabe que nunca consideró la posibilidad que Phillipe
haga lo que finalmente hizo. Le dice que solo iba a asustarlos y que no tiene
importancia. También le dice que es todo un héroe, que los diarios van a hablar
de él. Phillipe llora. Le vuelve a pedir perdón. “Está bien” dice Butch “si
hubiese podido elegir quién me disparara te hubiese elegido a vos”. El niño
baja y lo abraza en el instante en el que los patrulleros asoman sus trompas
blancas. Phillipe le pide que suban al auto, que huyan antes que los atrapen
pero Butch niega con la cabeza. Sabe que es inútil seguir escapando. El jefe
Red Garnett usa el altavoz para decirle que deje ir al niño y él le dice que sí
pero que antes deberán cumplir algunos pedidos. Le pide la lista a Phillipe y
lee: la madre debe prometer comprarle algodón de azúcar cuando él lo pida y lo
deberá llevar a la playa. El jefe mira a la mamá de Phillipe. La madre lo
promete y Butch le pregunta a Phillipe si cree que está diciendo la verdad. El
niño le dice que su madre no es mala, que le da muchas cosas. “Está bien
Phillipe” dice Butch “Ve hijo”. Así dice. Hijo. “Qué pasará con vos” pregunta
el pequeño Gasparín. “Iré a Alaska. Es un lugar hermoso…”. El niño le dice que
lo va a extrañar y Butch le pide que se ponga la máscara y que vaya, que ya es
hora que vuelva con su madre. Phillipe obedece y Butch como puede sube al
Chevrolet Bel Air y arranca. Sobre su regazo tiene el arma con la que Gasparín
le ha disparado. En su vida ha matado solo a dos personas. Alguien quien
lastimara a su madre y al imbécil de Terry en los campos junto al mercado. El
niño ya está junto a su madre y los oficiales se suben a sus autos y van tras
Butch una vez más. Hará un trecho hasta dar con la desembocadura de un arrollo.
Es lo suficientemente profundo para saber que sortearlo sería inútil. Por eso
se detiene. El jefe Garnett que ha llegado hasta allí junto con Hendricks
espera a la distancia. Le piden que se entregue por enésima vez. Butch sabe que
cualquier intento sería vano. En esas condiciones no puede huir. Pero también
sabe que no volverá a la cárcel. Pone la foto frente suyo, sobre el tablero del
Chevrolet. Observa una vez más las montañas nevadas a lo lejos y esas violetas
junto al lago diamantino. Luego quita el seguro a su arma y cierra los ojos
guardándose para siempre el sueño imposible.
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